Las personas y las
locomotoras se parecen en varios puntos.
Las personas cuando
toman impulso en un trabajo, ritmo, sincronización con el resto de la compañía,
son imparables como un tren carguero.
Las locomotoras son
difíciles de detener cuando han adquirido velocidad. La inercia es un valor
agregado a la fuerza de su motor.
Cuando una persona toma
distancia por distintos motivos con su puesto de trabajo, ya sea una larga
convalecencia, un parto, una licencia especial, cuando regresa, se enfrenta a
la misma inercia que las locomotoras cuando se detienen en una estación. Uno
escucha en un tren detenido el enorme esfuerzo que hace el motor por volver a
poner la formación en movimiento. Y no sirve de mucho empujarlas.
Según Freud, el ser
humano alcanza la plenitud apoyado en dos ejes. El amor y el trabajo. Si
tomáramos esto como dos rieles donde la locomotora se apoya para su tránsito,
diríamos que si alguno de los dos está flojo, la formación corre riesgo de descarrilamiento. La vida personal
afecta la laboral y viceversa. Mucha gente lleva de un campo al otro lo que le sucede.
Es difícil desprenderse de las cosas que ocurren, apagar el switch,
desconectar.
No hay fórmulas para
atravesar estos momentos. Cada persona es única y no se puede aplicar un A + B para obtener C. Cada universo tiene su propia manera de expandirse,
desenvolverse, crecer.
Solo se puede estar
atentos a estos cambios, al tránsito de un estado a otro, a acompañar el
proceso, como se acompaña una adaptación o una curva de aprendizaje.
Escuchar y tratar de
entender es parte del trabajo.