sábado, 29 de noviembre de 2014

Los estímulos

La pantalla del celular anunciaba que era su jefe el que llamaba. Contestó haciendo notar su sorpresa por esta comunicación un sábado al mediodía, y del otro lado escuchó: No te llamo por asuntos laborales. Te llamo para saber cómo andan tus parciales.

Había dejado la Facultad, a punto de recibirse, hacía diez años. Un combo de situaciones, de esas que nadie espera, explotaron en su cabeza y dijo basta. En marzo de este año retomó los estudios y se dio cuenta que los dos finales de una década atrás, se convirtieron en seis este año. Y allí fue, volviendo al camino, impulsado por la compañía incondicional de su novia y la valoración de sus profesores a sus condiciones y esfuerzo. Alguna gente llama a eso estímulo. Ordenando en escala esos estímulos, su jefe ocupaba el tercer escalón. En líneas generales, los jefes no solo evitan involucrarse en estos temas sino que además los descartan de su agenda y de su relación con el dirigido.

Es un error.

El ser humano que tenemos que coachear no es uno de 8.30 a 17.30 y una persona muy distinta después del horario laboral. Sigue siendo el mismo. Y si tiene inquietudes de formación, hobbies, una búsqueda, también eso habla de él como el empleado que conocemos de 8.30 a 17.30.

Un estudio terciario, una carrera vinculada a las artes, a la educación, son muy buenas señales a tomar en cuenta sobre una persona que se moviliza, que evita el circulo de baba que teje imperceptiblemente la rutina. No es bueno que un empleado haga las mismas cosas todos los días, que cumpla tareas como un rito, que repita conceptos de memoria, como aquellos que en la iglesia repiten como loros los salmos y los Amén, sin incorporarlos ni sentirlos.

El cerebro funciona mejor estimulado. El hombre se levanta mejor dispuesto cuando siente que ha podido, que puede, que podrá. Si todo se transforma en movimientos mecánicos previsibles, lo transformamos en un autómata, en un buen robot, en un eficiente empleado, absolutamente deshumanizado.

Es mucho más fácil para el trabajo de un líder cuando se genera naturalmente una corriente de afecto con el dirigido. Se hace más fácil recordar ciertos temas importantes de la vida del tipo que tenemos la suerte de guiar. Como contrapartida, se sufren de otra manera las decepciones. Sobre este tema en particular se detiene y profundiza el libro sobre Guardiola, cuando cuenta lo que le han dolido algunas perfidias, los desencuentros, las distancias, los alejamientos. El que se involucra agrega un plus que puede salirle más caro.

Yo estoy a favor de las relaciones sin fronteras con los dirigidos, aunque algunos señalen que es peligroso cuando no se tienen en claro los límites, cuál es el mojón de la confianza, donde termina lo que esperamos del otro.

No es casualidad que la gente con inquietudes creativas tenga las propuestas más innovadoras, más revolucionarias. Por eso hay que alentar a quienes las desarrollan.

Tratamos con personas. Cada una de ellas tiene un universo propio y bien definido. No vamos a explorarlo como una nave espacial para saber la composición geológica de la última galaxia, pero sabremos en qué dirección está la luz y en cual la sombra.


sábado, 22 de noviembre de 2014

Andate y no vuelvas


Si tu lugar de trabajo te hace recordar a la imagen que encabeza  este texto, si las horas que pasás allí, que son la mayor parte del día, te parecen interminables, si sentís que no aprendés nada nuevo, que tu función no contribuye a nada, que tu jefe es un burro con habilidades para colocarse un traje y corbata, que estás perdiendo el optimismo, la alegría, que tenés días en que no podés reconocerte en el espejo, andate. Andate y no vuelvas. No es para vos. Es para otra persona.

Los empleos no dan todo lo mismo ni puede realizarlos cualquier persona. Yo, por ejemplo, jamás podría ser bombero, y subirme a un camión a las disparadas para ir a rescatar a personas como yo de un incendio, juntar los restos de alguien como yo que lo atropelló un tren o se encuentra entre los fierros retorcidos de un auto en una autopista. Yo no podría trabajar en una funeraria. Pero hay gente que si . Hay gente que puede ser funebrero o bombero.

No descargues en la crisis el miedo al riesgo de cambiar  de trabajo. Más importante que la crisis mundial es la tuya. Porque no alcanzará el dinero para curarte las enfermedades que te ocasionará un lugar donde no estás a gusto ni cuando se celebra el fin de año. No está bien para tu familia tampoco, que noten como se te avinagra el humor, como repetís la misma cantinela, rebobinás los mismos rencores por quienes no te reconocen ni un poco de esfuerzo y menos de talento.

Andate. Andate y no vuelvas.

Si tu cara se ensombrece a diario de pesimismo, si cada conversación de trabajo es un alfiler que te atraviesa la frente, toda esa carga, esa pesadez, le da a tu cuerpo el rigor mortis antes de tiempo. Y comenzás a ser un fantasma antes de dejar de existir en este mundo, porque ya dejaste de existir en el tuyo. No es bueno para vos ni para tu compañeros que la rabia ande rebotando por los rincones.

A veces son cuestiones pasajeras, cambios de estructura o de la dirección que toma la empresa y hay que aceptarlas porque duran un tiempo, hasta que todos los engranajes encajen, hasta que se resuelva la dinámica. Pero si esto se mantiene y se agudiza, si la presión no tiene límites, si el futuro es sombrío y no tenés fuera del trabajo un hobby, un deporte, una pasión que te alimente el alma, no hay vueltas. Tenés que irte.

Pensalo, elaborá tu estrategia, andate en buenos términos y no como aquel que sueña con ganar la lotería solo para que a primera hora del lunes poder pararse a orinar el escritorio de su jefe.

Los trabajos cumplen ciclos en nuestra vida. Cuando sientas que el tuyo está cumplido, andate. Andate y no vuelvas.