Escucho a muchos colegas hablar de liderazgo, de trabajo en equipo, de buena comunicación, evolución constante y de cómo cambiaría este país si la sociedad estuviese guiada por esos principios.
La casualidad obra para que me encuentre con sus
dirigidos y compruebe que son solo enunciados que no se traslucen en la
práctica.
Para lograr un cambio hay que empezar por casa.
Si nuestro equipo de trabajo no es estimulado,
comprendido, reconocido por sus logros, entrenado para superar limitaciones, la
gente tiende a vegetar, a achancharse, a conservar una inercia fatal. Porque da
lo mismo hacer el trabajo con un nivel de excelencia que regular o pésimo.
Si no entreno para que aprendan no puedo esperar que
sepan, que piensen y resuelvan por ellos mismos. Si no resalto un desempeño,
sino premio, sino estimulo no puedo pretender la excelencia que pregono.
Existen cientos de ejemplos en el deporte donde los
progresos y los saltos cualitativos vienen de la mano del trabajo de
entrenadores que supieron transmitir lo que necesitaban y lograron estimular
para que esos resultados se alcanzaran.
Nada se construye sin trabajo. Y esto comprende a
empleados y a jefes.