sábado, 23 de noviembre de 2013

Dos modelos

 Empecé a trabajar a los 14, en los veranos, durante el receso escolar, en la cuadra de una panadería que estaba en frente de la casa de mis padres.
En el 82, luego del servicio militar, trabajé en una imprenta como administrativo y dando una mano de vez en cuando en tareas del taller.
En el 87, casado ya y con una familia, busqué trabajo como todo el mundo yendo a entrevistas cuyas convocatorias estaban publicadas en el diario. Escribía cartas, enviaba currículums, me presentaba con mucha o poca fortuna. En uno de esos trabajos me topé con un jefe de contaduría que reclutaba gente para su staff, que en la primera charla me dijo que necesitaba personas “que empuñaran el lápiz como el fusil y estuvieran en la trinchera desde que llegaban a primera hora hasta que se iban”. Volvía a hacer el servicio militar obligatorio, obligado ahora por otras circunstancias.
Mi estadía en el sector no fue fácil. Tuve con éste jefe de área muchos discusiones poco agradables, por su forma de conducir al personal, por su manejo, por su tono imperativo, por su rigidez y por su falta de diálogo. Me pasaron a otro sector donde terminé siendo encargado y de allí me fui para ocupar un cargo de jefe de créditos y cobranzas en una empresa de otro rubro donde estuve en la función por 3 años.
Empecé a dirigir personas. Empecé a buscar y a encontrar mi estilo.
Fui cambiando de empleos y de cargos, ganando experiencia en distintas funciones hasta que llegué a dirigir 16 vendedores de un distribuidor mayorista de artículos de papelerías. Allí se plasmó la idea inicial de cómo trabajar. Allí comencé a aplicar lo que yo entendía como método, camino, allí comprobaba la validez de mi teoría.
Hoy soy jefe de Trade marketing y dirijo a 21 personas. El sistema de trabajo es el que fui puliendo y perfeccionando a lo largo de los años, para el cual me formé con cursos presenciales, sitios virtuales, etc. Elegí el camino del coaching de acuerdo a como yo lo entiendo, le di forma a mi concepto de que toda tarea es formativa y post terciaria, que si alguien no aprende algo y no es mejor que cuando entró a ocupar un puesto de trabajo, ése trabajo no le sirve.
Hace unos días, visitando clientes, me encontré a la vuelta de las oficinas de aquel trabajo del 87. Dudé unos segundos y me decidí. Me atendió un hombre de seguridad en la entrada. Le dije que había trabajado allí y le pregunté por algunas personas que recordaba y que ya no estaban en la compañía. Me dijo con una sonrisa que el que fue mi jefe cuando ingresé es el jefe de créditos y cobranzas hoy. “No era un tipo fácil”, “la gente que tiene a cargo dice lo mismo” me contestó con una sonrisa cómplice. No me quedé a saludarlo.
Dos métodos, dos caminos. Ambos ocupamos cargos con responsabilidad sobre otras personas. Ambos elegimos una manera de trabajar con gente que responde a nuestras directivas y a nuestra forma de llevarlas a cabo. Yo aprendí de él muchas cosas y entre ellas, que ése no era el modelo que yo quería seguir cuando me tocase trabajar con personas y dirigirlas. Y entendí también que las empresas eligen modelos de dirección y de organización de acuerdo a sus propios valores y a sus exclusivos sistemas operativos. Que personas con ambiciones de mariscal de campo también ocupan puestos estratégicos y se consideran exitosas en lo que hacen.

Considero que elegí un camino largo y más difícil para mí, pero más corto y ágil para quienes dirijo. Mi equipo no empuña el lápiz ni se atrinchera y por sobre todas las cosas no vive el trabajo como una guerra.

sábado, 14 de septiembre de 2013

La taza me distingue

La empresa donde trabajo cumplió 80 años en el país y dentro de los souvenires que conmemoran el festejo, entregó a cada empleado una taza con el logo del cumpleaños y el nombre.
Todas las tazas están dispuestas para los empleados en la mesa de la cocina. Mi taza no. Mi taza me aguarda todas las mañanas lista para ser usada en mi escritorio. 
Como observador de los detalles, me pregunté porqué todo el mundo tiene que ir a la cocina a buscar la suya para desayunar y yo en cambio, llego, enchufo mi laptop y tengo la taza pronta para ir a servirme un café.
Cuando las oficinas estaban en el centro, a veces me topaba con una mujer que trabajaba como personal de limpieza contratada. Esto no sucedía a menudo porque por lo general, los horarios en que estas personas hacen su trabajo son fuera del horario del movimiento general de empleados.
Soy una de esas personas que trata a todo el mundo por igual, que no hace distinción de rangos, jerarquías, condición social ni credos. Cada persona merece la misma atención, el mismo respeto, el mismo cuidado, algo que debería ser ley y sin embargo es casi excepción. Porque el respeto y la consideración se ganan brindándolos.
Esta mujer un par de veces me contó sus problemas, alguna vez recibió de mi parte un punto de vista, alguna vez la despreocupé de temas que la agobiaban.
La empresa para la que trabaja la envió también a nuestras nuevas oficinas para que siguiera cumpliendo sus funciones con el mismo cliente.
Esta mujer se dio cuenta cuál es mi escritorio aunque en él no haya nada que lo identifique como propio, quizás el desorden.
Esta mujer todas las tardes, aunque yo no haya vuelto a encontrarla en las oficinas que ocupamos ahora, lava mi taza y la coloca con una servilleta sobre la boca en mi escritorio.
Es un mensaje.
Es una señal de distinción, de agradecimiento, de cortesía, sencilla y notable a la vez.
Es un guiño de aprobación, una calificación que no formará parte de mi legajo. Pero es de las mejores que he recibido.

viernes, 26 de julio de 2013

Media hora en la vida

Hay empleos que duran por contrato tres meses. Se cumple el ciclo y la persona se vuelve a quedar sin trabajo.
Una promotora de mi equipo me dijo que en ésa instancia estaba un empleado en una de los negocios donde ella concurría y que le había  pedido mi teléfono y que ella se lo había dado.
Este hombre me llamó y yo prometí  juntarme con él a charlar, encuentro que se fue dilatando hasta llegar a su último día de trabajo, cosa que me recordó angustiado con otro llamado. Entonces cambié la agenda, mi rutina de ese día y fui hasta el negocio. La palabra empeñada no tiene reclamo.
Llegué y le dije al dueño del local que venía a hablar con uno de los promotores. Fue corto y directo: “No pierdas el tiempo, no anda ni para atrás”. Lo llamaron y se aproximó caminando por un pasillo. Yo vi venir a un tipo derrotado, a un malherido, a un terminal.
Fuimos a tomar un café. Me contó que era actor, que había apostado a vivir de la profesión y todo salió mal, que tenía tres hijos y estaba separado y tenía que hacerse cargo de ellos y no sabía como iba a hacer sin empleo. Ahora entendía mi impresión y la del dueño del negocio. Le había caído un rayo. Estaba derrotado antes de dar batalla.
Media hora. Un café. Tres trenes en aquellos ferrocarriles con frecuencia de diez minutos. Iba a dejar pasar tres trenes.
Mientras le explicaba qué herramientas de actor le podían servir en una profesión como vendedor, repasaba mentalmente los datos que tenía, donde buscaban vendedores, cómo era la geografía del lugar. Él estaba desesperado. Le hablé unos minutos de lo que significaba buscar trabajo, conseguirlo, a no arrugar que no hay quien planche.
Le recomendé dos lugares y se quedó con mi teléfono. Me llamó un par de veces porque los posibles puestos no terminaban cerrando por distintos problemas, distancias, horarios, alejarse de sus hijos. Pensé en un momento que podía transformarse en una carga, pero resolví darle energía a los treinta minutos, a los tres trenes.
Un ex gerente general que me había tomado hace unos años buscaba vendedor. Lo llamé y le dije que lo probara. Lo probó. Entró a prueba por unos meses y volvió a llamarme para decirme que estaba difícil, que era dura la venta. Volví con un par de manijazos al motor que le costaba arrancar.
Hace pocos días recibí un par de mensajes de texto suyos en mi celular. El agradecimiento, el énfasis puesto en aquella charla de treinta minutos, la mano que le había dado cuando no lo conocía, los gestos que no se olvidan, el deseo de mi felicidad, lo contento que estaba, que nos debíamos un café, que me iba a llamar porque tenía una deuda.
Treinta minutos. Tres trenes, tres hijos, un hombre que parecía vencido.

jueves, 2 de mayo de 2013

Algo más que fútbol


En el primer duelo de la  final de Copa europea, el Barcelona había caído 4 a 0 frente al Bayern Munich. Dar vuelta el resultado como locales era más que una hazaña deportiva. Como es un equipo experimentado en remontar resultados adversos, uno de sus referentes, su primer marcador central, Gerard Piqué declaró antes del partido: “El que no crea que se quede en casa”. Y luego afirmó: “Tenemos que tener la ilusión de un niño y perder el sentido común, porque si reflexionamos sobre esta realidad parece imposible”. Yo pensé aquí está resumida la esencia del porqué este es el mejor equipo de todos los tiempos.
Para la prensa, una parte de la sociedad y el mundo del fútbol los resultados mandan, pero se olvidan del camino que se elige para conseguirlos. Porque como en la vida en sí, hay gente exitosa económicamente pero que no ha llegado a esta posición por la  vía legal. No da lo mismo cualquier éxito, hay que  conseguirlo con honestidad. Y este equipo es  honesto con su filosofía de juego.
Podemos decir que tenemos la suerte de ser contemporáneos a esta maravilla, a esta exposición cabal de lo que significa trabajar en equipo. Yo he visto jugar al Barcelona, señores. Y entre eso y el arte no hay diferencias.
Hoy con el resultado puesto, los analistas opinan sobre “el fin de un ciclo”, “la superioridad alemana”, “la dependencia de Messi”, “la ida de Guardiola, su ex entrenador y responsable de la conformación y sistema de juego de este plantel. Se olvidan claro que el Barcelona está en la cresta de la ola deportiva desde el 2007, de todos sus títulos, de todas sus  demostraciones de buen fútbol, admirado por todo el planeta. Parece ser que partido enterró todo lo anterior. No creo que el Bayern Munich, y lo digo con respeto, pueda mantener tanto tiempo esta supremacía. No es fácil mantener el equilibrio mental en un plantel con tal grado de competición permanente. Y que conserven la  humildad y el respeto por el rival, que además sean buenos perdedores y admitan: “Lo cierto es que hemos llegado un poco justos a la fase final de la temporada y sólo podemos felicitar al contrario, que ha sido muy superior a nosotros. Ahora es momento de cerrar la Liga y tomar decisiones importantes para el año que viene”.
Cuando se alcanza tal generosidad en el esfuerzo,  tal despliegue colectivo en función de un objetivo común, cuando se respeta la esencia de lo que se quiere demostrar en un campo de juego, cuando se hace poner de pie al espectador para aplaudir lo que acaba de ver, están muy lejos los críticos y especialistas en entender de qué se trata.
Una buena clase de trabajo de  equipo puede resumirse en sentarse a ver jugar al Barcelona.




jueves, 28 de febrero de 2013

Trabajamos en y somos


Hace poco mi mujer participó de una conferencia motivacional en Brasil. Fue interesante descubrir como el mundo actual fue cambiando los rótulos y las referencias sobre las personas. Como las profesiones empezaron a darle forma a nuestra relación con la sociedad que nos rodea.
El disertante afirmaba, no sin razón, que cuando tenemos que darle nuestra primera impresión a alguien, hablamos de lo que hacemos y no de lo que somos. Juan Pistroni, arquitecto, ingeniero, profesor de educación física, taxista. Nadie habla de su cualidad, nadie dice: soy optimista. Queda desubicado, hace ruido, una rareza más cercana a que nos imaginen con un chaleco de fuerza.
Mi mujer recordó una anécdota de mi hija cuando tenía tres años e iba al jardín de infantes. Es común que los chicos se inviten a almorzar, a merendar, a jugar en la casa de algún compañerito de sala.
En la mesa familiar, mientras almorzaban, el dueño de casa, le preguntó a Ayelén:
-Tu papá, qué hace?
-Mi papá hace reír a la gente –contestó de forma automática y sin dejar de comer.
Esa era para mi hija mi fortaleza y mi virtud. Ese era mi lugar en el mundo y mi función, mi verdadero oficio.
Lo que hacemos puede ser involuntario y temporal. Lo que somos es nuestro sello, nuestro compromiso, nuestra filosofía, nuestra distinción, nuestra huella en la sociedad en que vivimos.
Para los rótulos ya están las tarjetas de presentación que dicen debajo de nuestro nombre claramente nuestra función cuando nos presentamos estrechando por primera vez la mano a alguien.
No hay que perder de vista el concepto porque podemos enmarañarnos en las etiquetas y dejamos de diferenciarnos de los frascos con remedios.
Pensar en que somos nos ayuda a tener claro lo que hacemos.