Siempre sostuve que en la vida vamos encontrando a grandes maestros, gente que nos deja un poderoso aprendizaje y que nos marca para siempre.
Siempre sostuve
también que para crecer no hay que quedarse solo con la teoría y la práctica de
la disciplina elegida. Para enriquecer nuestro vocabulario, nuestro
conocimiento y nuestra gimnasia de pensar hay que buscar en fuentes alejadas de
nuestro ámbito.
Hace poco un
amigo me contó una historia de sus épocas de estudiante. Le pedí que me la
pasara por correo porque allí encontraba un ejemplo claro de lo que significa
un buen maestro para mí.
Contamos en nuestro mundo con gente tan avanzada que muchos años atrás estaba veinte pasos adelante del resto.
Afines de la
década del sesenta el profesorado técnico funcionaba en Av. San Juan 250. Existían
los profesorados en ciencias (Matemáticas, Física y Química) y decidieron abrir
los de Tecnología y Dibujo Técnico .
Estos últimos tenían una exigencia: solo los podían realizar los técnicos
egresados de esa misma especialidad y nadie más. El plan de estudios estaba en
sus dos primeros años, concentrado en las asignaturas llamadas comúnmente
“humanísticas”, las que en su paso por la escuela técnica los cursantes no
habían tenido.
En 1969 se
abrieron dos secciones: en una se agrupaban los egresados de las especialidades
Automotores y Mecánica, las que concentraban la mayoría de los cursantes.
Y en la restante
sección estábamos “amontonados” los químicos, los maestros mayores de obras y
los electrotécnicos.
La profesora
Juana Bagnatti, Licenciada en Letras de la UBA, era la titular de Elocución I
(Elocución escrita) y nos hacía leer a Borges y al grupo de los técnicos
mecánicos y de automotores además, fuera del horario de clases, concurrían con
ella al teatro.
José San Martín
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