martes, 11 de septiembre de 2012

Prescindir o arrojar al mar

Cuando un jefe agota todas las posibilidades de encausar el trabajo de un dirigido, una de las posibilidades es prescindir de sus servicios.
He pasado por esa situción nada grata y absolutamente necesaria.
Dentro de las condiciones de cada jefe está la de elegir con quienes trabajar.
En el mundo actual, las organizaciones, para evitarse conflictos legales posteriores, argumentan que la decisión tomada por la empresa obedece a una reestructuación, término inapelable, indiscutible, porque supone que el nivel de ingresos de la compañía no alcanza a equilibrar el importe que demandan los sueldos.
Estoy en contra de estas prácticas y en algún caso las he desobedecido para decirle al empleado en cuestión, las razones por las cuales había tomado la decisión de dejar de contar con su presencia dentro de mi equipo de trabajo.
En horas se comunicaba con nosotros su abogado.
Si bien siempre median un buen número de advertencias, de llamados de atención, de pedidos de corrección a ciertas acciones y respuestas, a la hora de la decisión final es bueno que quien se encuentra sin empleo entienda que sino corrige algunos puntos importantes de su perfil, la historia volverá a repetirse en otro escritorio y en otras circunstancias.
Cuando no le decimos al empleado porqué lo despedimos, arrojamos su cuerpo al mar para que otro lo tome exactamente en el mismo estado en que nosotros lo abandonamos.
Hay ciertos límites, como en todo. Y hay una categoría para esas faltas.
Me sucedió en los 90 que ante el reclamo a algunos clientes del Interior sobre facturas vencidas, comenzaron a girarme la copia de los recibos. 
El viajante se estaba quedando con las cobranzas.
Cuando comprobé la situación y llamé a su último trabajo, me respondieron que lo habían despedido por el mismo delito, pero que se habían comprometido a no informarlo cuando apareciera un nuevo empleo. Un acuerdo que le quita toda posibilidad de prevención a quien lo toma nuevamente.
Yo no celebro acuerdos de este tipo con nadie. Allí hay un punto de intransigencia absoluta.
Creo que como en toda relación, la del empleado con una empresa puede agotarse, llegar a cumplir su ciclo y siempre es mejor comenzar con nuevos bríos y oportunidades en otro lugar.
Existen organizaciones en que el empleado llega a su puesto de trabajo, enciende su computadora y se da cuenta que está bloqueada. Se acerca alguien de seguridad y le solicita que retire en una caja sus pertenencias y abandone el edificio para esperar en su casa el telegrama.
Nadie habla con él. Sus compañeros se enteran cuando lo ven con la caja en sus brazos.
Quizás se pregunte en su casa qué hizo mal.
Lo más probable es que lea los avisos clasificados y redacte un currículum resaltando sus enormes cualidades sin saber, sin tener una mínima noción, de las cosas que debería corregir  para superarse y no volver a pasar por un trance semejante.

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